lunes, 10 de agosto de 2009

Washington, 4 de Julio

Habíamos llegado a EEUU el día anterior y pensábamos irnos ése mismo día a Pensylvania. Pero como hasta la noche del domingo no teníamos sitio en el hotel pensilvano, tuvimos que optar por quedarnos a dormir viernes y sábado en los alrededores de Washington (En nuestro peculiar dialecto usereño se dice y escribe “Güachinton”. Debe saber el amable lector, que éramos tres y los tres de Usera los expedicionarios que nos embarcamos en éste viaje de conquista al Nuevo Mundo, mismamente como nuevos Pizarros que renuevan las glorias imperiales y etc, etc).

Primera sorpresa: En Güachinton no hay naranjas de Güachinton. Ni de la China.

Como sabéis, queridos niños, el 4 de Julio es la fiesta nacional Americana por excelencia (Independence Day), y como también sabéis, lo celebran con multitudinarios desfiles callejeros en todas y cada una de las ciudades de USA.


Siendo Güachinton la capital del Imperio, imáginábamos que veríamos un desfile modelo Plaza Roja de Moscú en los buenos tiempos o, al menos del tipo “Allons enfants de la patrie..” 14 de Julio en París. Así que ya que estábamos aquí ¿por qué no ir y verlo para contarlo?

Bien. Como nuestro hotel estaba en las afueras lejanas de Güachinton, cerca del Aeropuerto (algo así como Parla, pero en Güachinton), consideramos la posibilidad de coger un autobús o algún medio de transporte público que nos permitiera llegar a una ciudad probablemente sometida a severas restricciones de tráfico. Pero el sentido común no siempre prevalece en los actos humanos, así que, ¡¡ale!! como chulos madrileños (y de Usera) que somos, escalamos hasta la cabina de nuestro gigantesco Ford Edge 4X4 y dirigidos por un GPS made in China, con el mapa de USA obtenido por medios no del todo lícitos, pusimos rumbo al centro de Güachinton.

Con semejante mole automovilística, más que conducir, se navega y, así viento en popa sorteamos dos o tres entradas cortadas (con autobuses atravesados, que aquí no se andan con chiquitas) y puesto que deliberadamente ignorábamos las indicaciones del GPS, no es sorprendente que llegáramos con éxito al centro de esta ciudad, ombligo del mundo.

Segunda sorpresa: Es posible aparcar un Ford de tropecientos metros de eslora el 4 de Julio a las 10 de la mañana a 300 m de la Casa Blanca y en plena calle, sin que te rodeen numerosos individuos con gafas de sol y vestidos de negro y sin que la grúa haga ninguno de sus trucos de presdigitación (Voilà!... y desapareció. Pues no desapareció).

De todas formas, para desentrañar si se podía legalmente o no aparcar dónde queríamos, tuvimos que pedir ayuda a un homeless, que pasaba por allí. Tras pedirnos amablemente 50 Centavos, nos explicó el complejo sistema que rige el aparcamiento en la ciudad.

No nos enteramos de nada.

Bueno, pues ya que estábamos ahí, ¿cómo no ir a presentar nuestros respetos a Mr. Obama Caesar Imperator Mundii?. Así pues, y desplazándonos sobre nuestros propios pies, peregrinamos hacia la Casa Blanca, que como todo el Mundo sabe, es el faro que ilumina el mundo con la luz de la Democracia y el Libre Comercio.

Tercera sorpresa: Para evitar multas, los coches oficiales colocan una tarjeta de autorización por dentro del parabrisas que identifica a que organismo pertenecen. Para nuestra estupefacción, muy cerca de la Casa Blanca encontramos aparcado un deportivo negro en cuya tarjeta ponía “Servicio Secreto”.

Y no es coña. Para ellos el viejo chiste no vale:

  • ¿Es ahí la Policía Secreta?

  • Lo siento, no se lo puedo decir, poque si se lo digo deja de ser secreta.

Seguimos caminando por los alrededores de la White House. Aparte de turistas de todo pelaje y demás elementos de la fauna -y flora- local, encontramos personajes característicos de América, como el barbudo hombre-anuncio veterano de Irak, que pedía proceso y cárcel para Bush, o los policías que nos hacían circular para que no nos apelotonáramos en la acera haciéndonos fotos e interrupiendo el tráfico peatonal. Lo gracioso es que estos policías movían vigorosamente las manos y los brazos y nos gritaban como si estuvieran espantando gallinas. Realmente, su trabajo es más como de pastores de borregos que de policías.

Resultó que Mr. Obama no recibía sin cita prevía y como se nos había olvidado pedirla junto con los donuts, pues nos dirigimos a ver el desfile.
El desfile transcurre por esa calle larga que hay en Güasinton, por el lado del parque lineal ese en el que hay un obelisco grande y en cuyo estanque se metía Forrest Gump (creo que a cazar renacuajos albinos). Supongo que dicha calle o avenida tiene un nombre y creo recordar rebuscando en mi memoria que se llama Pensylvania Ave. Si acaso se llamara -o llamase- de otra manera, les ruego me disculpen.

Llegados a dicha Ave (que viene de Avenue, no de Avecrem, ni de Avestruz) encontramos a ambos lados apostados o acampados a un montón de madrugadores. Debían ser las 11:45 o así. Los más preparados (la mayoría) estaban equipados con su silla de tijera, gorra en la cabeza, nevera provista de hielos al costado, hot-dog en una mano y una o varias banderas americanas en la otra. Otros menos previsores, se sentaban en el bordillo o en la hierba de la acera, pero eso sí, todos iban con su mochila con las provisiones de boca, que los americanos siempre salen de casa preparados por si les sorprende un terremoto, un tsunami o aterriza una nave alienígena con perversas intenciones.

Vendedores callejeros no faltaban en el jolgorio. Parecían las aceras un mercado persa o un zoco marroquí. Además del muestrario de razas y ropas más o menos folclóricos (Africanos con bubis, Indias con saris, sijs con sus turbantes y sus barbas....) podías encontrar vendedores clandestinos de agua (embotellada, claro), carritos de perritos calientes, kebabs, tacos o cualquier cosa mas o menos comestible que imaginarse pueda (a excepción, por supuesto, de cosas como pinchos de tortilla o bocatas de lomo con pimientos).

Pero los vendedores mas característicos eran los de banderitas americanas. ¡¡A dólar, señora!! ¡¡A dólar, caballero!!

Curiosamente vimos una niña de unos 8 años que vendía banderitas que -apreciablemente- había hecho ella misma y se anunciaba con un folio por delante y otro por detrás sujetos con imperdibles a la camiseta. En el cartel ponían con letra infantil “American flag, 50 c”, probablemente para conocimiento de los sordos, puesto que la niña feroz también lo gritaba a los cuatro vientos con su vocecita chillona. Probablemente era la primera vez en su vida que podía gritar todo lo que la diera la gana sin que la regañaran. Y bien que lo aprovechó.

La cosa era que el desfile no empezaba, pero a nosotros nos daba igual, porque realmente la gente que estaba esperando para verlo era -en sí misma- el espectáculo... Las pintas que llevaban... en fín, es que los usereños somos muy catetos y todo nos llama la atención.

Nos asombró especialmente un tipo dando saltos con una pancarta unipersonal en la que ponía “La biblia es verdad”. Bueno, yo no voy a decir ni que si, ni que no... pero tampoco es como para ponerse a dar saltos, hombre.

Bueno, pues comenzó el desfile... y comenzó como esperábamos, con la policia local en formación, sobre sus Harley, llevando cada uno una bandera y la gente aplaudía, silbaba y mostraba su regocijo de cualquier manera. Después pasaron desfilando una compañía de soldados de tierra, de aire, de marines (a los que la gente apaudía y jaleaba de manera similar a como se hace aquí con la legión, si bien carecían de la preceptiva cabra) y unos marineros a los que la gente no hacía mucho caso.

Y hasta aquí llegó la presencia militar en el desfile del día de la Independencia de la capital del Imperio. Y a partir de aquí... el despiporre.

El club de amistad Chino-americano desfilaba haciendo virguerías con unos abanicos, al estilo de Locomía, pero con moño y quimono. Los veteranos de alguna guerra, saludaban a la muchedumbre desde un rebaño de Mustangs descapotables. Unos payasos hacían propiamente payasadas con un coche de bomberos antiguo. Una pandilla de superhéroes mendicantes (lo digo por lo cutremente que iban ataviados, especialmente el Capitán América, que parecía el Sargento Albóndiga ), saludaban a la muchedumbre. Los Masones de Washington (Aquí las sociedades secretas y la policía secreta no son tan secretas), la Asociación de Mujeres tamborileras, una especie de indios amazónicos con plumas y todo que hacían danzas tribales. Otros nativos de América del Sur que bailaban de una manera muy extraña, pero que al mismo tiempo nos quería sonar (resultaron ser Bolivianos de Sta. Cruz) Todo eso trufado y entreverado con la aparición de las diversas bandas musicales de multitud de High School precedidas por las animadoras y majorettes haciendo cabriolas y volteretas. Miles de High School pasaron por allí. Unos tocaban peor otras bailaban mejor, pero le ponían empeño.

Y para cerrar el espectáculo, un De Lorean verdadero en carne mortal (el coche de Regreso al futuro) seguido, como traca final, de. los Hare Krisna (krisna hare) que llevaban un carro gigantesco con toldos de colores, que iba arrastrado por un numeroso grupo de fieles que tiraban de una gruesa maroma, cual si seriesen bueyes sagrados. Los bonzos vestidos de color azafrán iban muy ricamente sentados en el pescante saludando a la muchedumbre a la manera del Papa. Uno de ellos, muy gordo, parecía Naranjito reencarnado. Probablemente lo fuera.

Una vez visto esto, huímos despavoridos hacia el Smithsonian, no sin antes esquivar un tren compuesto por un tipo montado en un seegway que remolcaba cuatro cochecitos con niños y niñas de no más de 2 años. Eso sí, todos llevaban casco.


En cuanto al Smithsonian del Aire y del Espacio merece la pena visitarlo. Es gratis. Estaba lleno a tope, pues parece que los guachintonianos y visitantes en cuanto nos cansamos del desfile nos vamos para masivamente hacia allá.

Hay un Mac Donald dentro, y allí comimos pues estábamos extenuados después de tantas emociones. Y como yo también lo estoy de tanto escribir, finalizaremos esta entrada, por el momento, aunque, como conclusión, puedo decir que m, gustó el espíritu del desfile.